Uno de los conceptos con el que mas frecuentemente me encuentro, tras mi experiencia profesional tanto como psicóloga forense como psicóloga sanitaria, es el de APEGO. El Apego, como tal concepto, suele confundirse con vínculo emocional; no obstante, la base del mismo es la “Seguridad Emocional”.
Bolwby (1969) define la conducta de apego como: “El apego es el vínculo emocional que desarrolla el niño con sus padres (o cuidadores) y que le proporciona la seguridad emocional indispensable para un buen desarrollo de la personalidad”.
La tesis fundamental de la Teoría del Apego es que el estado de seguridad, ansiedad o temor de un niño es determinado en gran medida por la accesibilidad y capacidad de respuesta de su principal figura de afecto (persona con que se establece el vínculo).
El apego proporciona la seguridad emocional del niño: ser aceptado y protegido incondicionalmente, es decir, conexión emocional. “Un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas, y recibe un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, le alimenta a valorar y continuar la relación” (John Bowlby).
Cabe señalar que, según los estudios realizados sobre epigenética, las condiciones ambientales tanto durante el embarazo como durante los primeros años de vida del bebé modelarán la neurobiología del cerebro de éste. Según Yehuda (2016), la predisposición genética a producir mayores cantidades de cortisol o de serotonina está muy influenciada por el estado anímico de la madre durante el embarazo, así como en los primeros años de vida del bebé.
El Modelo de Trabajo Interno es un marco cognitivo que comprende representaciones mentales para comprender el mundo, el yo y los otros. La interacción de una persona con los demás está guiada por recuerdos y expectativas de su modelo interno, que influyen y ayudan a evaluar su contacto con los demás.
Los MOI (Modelos Internos de Trabajo) son creados en la infancia y guardados en nuestra memoria explicita, determinando de qué forma vamos a percibir el mundo. Las relaciones que establecemos con nuestras figuras de apego nos ayudan a entender cómo vemos el mundo, cómo vivimos los conflictos y cómo nos relacionamos con los demás”. A los 3 años, el Modelo Operativo Interno parece convertirse en parte del temperamento (y posteriormente, de la personalidad) de un niño.
Posteriormente, Mary Ainsworth (1913-1999) en su trabajo con niños en Escocia y en Uganda, encontró una información muy valiosa para el estudio de las diferencias en la calidad de la interacción madre-hijo y su influencia sobre la formación del apego. Ainsworth encontró tres patrones principales de apego: niños de apego seguro que lloraban poco y se mostraban contentos cuando exploraban en presencia de la madre; niños de apego inseguro, que lloraban frecuentemente, incluso cuando estaban en brazos de sus madres; y, finalmente, niños que parecían no mostrar apego ni conductas diferenciales hacia sus madres. Estos comportamientos dependían de la sensibilidad de la madre a las peticiones del niño.
Cabe destacar que desde el momento del nacimiento, el bebé mantiene contacto y se relaciona con factores internos (sensaciones) y externos (cuidadores y objetos físicos). Una regulación emocional sana se produce a través del equilibrio correcto de estos tres factores.
La “Teoría del Apego” tiene una relevancia universal. La importancia del contacto continuo con el bebé, sus cuidados y la sensibilidad a sus demandas están presentes en todos los modelos de crianzas, según el entorno socio-cultural.